miércoles, 17 de febrero de 2010
*Atractivos desconocidos de Miami!
MIAMI.- La mayoría de la gente piensa que los únicos atractivos de Miami son sus playas, sus discotecas y los shopping malls. Pero, como toda ciudad que se respete, ésta también tiene lugares secretos a los que vale la pena echar un vistazo. He aquí tres de ellos.
Piedras segovianas
En 1925 el claustro de un monasterio segoviano del siglo XII fue desmantelado y llevado a Estados Unidos, pieza por pieza, junto con la sala capitular y el refectorio.
Fue un capricho del multimillonario Hearts, quien planeaba levantarlos otra vez en California.
Las piedras cruzaron el océano en cajas numeradas, para facilitar la tarea de reconstruir la edificación. El problema fue que al llegar a Nueva York, para prevenir epidemias, las autoridades sanitarias ordenaron sacar las piedras de los embalajes y quemar la paja que las protegía. Al guardarlas de nuevo, nadie se fijó en los números de las cajas y así fueron a parar a un almacén de Brooklyn.
La Gran Depresión hizo que Hearts se olvidara del asunto, y no fue hasta un cuarto de siglo después que unos empresarios adquirieron las 35.000 piedras y las llevaron al sur de Florida con la idea de convertir el monasterio en una atracción turística. Durante meses, veintitantos hombres trabajaron arduamente para armar el rompecabezas más grande de la historia. Y lo lograron.
El monasterio español de Miami es una auténtica curiosidad. Los fines de semana suele estar concurrido, pues hay servicios religiosos y lo alquilan para bodas y fiestas; pero de lunes a viernes da gusto visitarlo y disfrutar de su paz. Una advertencia: el vestíbulo donde se venden las entradas es tan deprimente que dan ganas de salir corriendo. Sobrepóngase. Es una delicia pasear por los jardines, admirar los escudos de armas, la pila bautismal y el pozo de granito rojo del patio central, y detenerse ante una estatua de tamaño natural de Alfonso VII que nos mira como diciendo: "¿Y qué diablos hago yo en América?".
Fantasías en coral
A las afueras de Miami, camino de Key West, está Coral Castle, un lugar de culto para los amantes de los enigmas. Rodeado por gruesas murallas, este insólito parque reúne un conjunto de esculturas monumentales talladas en roca de coral: desde un telescopio para localizar la estrella Polar hasta un reloj de sol, un trono y un portón de nueve toneladas de peso que en sus buenos tiempos giraba alegremente impulsado por el viento. La historia del castillo es apasionante.
En 1918 llegó a Florida City un emigrante latvio llamado Edward Leedskalnin; compró un terreno por 10 dólares y se dio a la tarea de construir en él réplicas en piedra de Saturno, Marte, Venus y la Luna, entre otras caprichosas creaciones. Nadie sabe cómo hacía para cortar y desplazar las enormes rocas, pues Ed trabajaba de noche, solo, e interrumpía su labor si sospechaba que alguien merodeaba cerca. Cuando le preguntaban cómo se las arreglaba para mover semejantes moles, se limitaba a decir que conocía secretos de la época en que los egipcios construyeron las pirámides.
En 1938, el ermitaño llegó a la conclusión de que Florida City se había poblado demasiado y decidió trasladar su universo a Homestead, una localidad a 16 kilómetros de distancia. De madrugada colocaba las esculturas en un remolque y por la mañana un vecino las arrastraba con un tractor hasta su nueva ubicación.
En Homestead, Ed siguió añadiendo nuevas piezas a su peculiar jardín y cobraba una módica suma a quienes se interesaban por visitarlo. Según él, su trabajo de largos años era un homenaje a Dulces Dieciséis, una chica de su pueblo natal que lo abandonó la noche antes de la boda. El silloncito de piedra destinado al hijo que pudieron haber tenido prueba que nunca logró olvidarla.
Lo mejor de este Stonehenge en miniatura es que nadie le regañará si durante la visita se le antoja acostarse a descansar en la cama matrimonial de Ed y Dulces Dieciséis. ¿Cómo se las arregló un hombrecillo escuálido para mover y tallar las 1.100 toneladas de rocas que conforman esta maravilla de ingeniería y humor? Hasta el momento nadie tiene una respuesta convincente.
Erotismo en South BeachNingún sitio más apropiado para instalar el World Erotic Art Museum que la avenida Washington, entre Sobe Live y Mansion, dos populares nightclubs de South Beach. Inaugurada hace cuatro años, esta institución exhibe desde pinturas, fotografías y esculturas hasta biombos, abanicos y cajas de música de diferentes culturas, latitudes y épocas.
El encanto del museo radica en su espíritu gregario: todo vale si hay erotismo de por medio, parece ser la premisa de su directora y conservadora, Naomi Wilzig. Creaciones de Klimt, Picasso y Dalí conviven con ejemplos del kitsch más genuino, todo mezclado, atiborrando paredes y vitrinas, golpeando los sentidos, como si estuviéramos en medio de un colorido carnaval de vulvas, falos, pechos y nalgas.
Entre las perlas de la colección están un atrevido juego de ajedrez con piezas que muestran dúos, tríos y cuartetos en provocadoras posturas sexuales; los dildos chinos de jade (alguien a mi lado lamentó lo discreto de sus dimensiones); las divertidas litografías de George Leonnec sobre las edades del amor; el afiche con Lennon y Yoko en pelotas para anunciar el lanzamiento del álbum Two Virgins en 1968; el glamouroso pene de cerámica recubierto con cristales Swarovski, y la cama hecha por un artesano alemán, con madera de Paraguay, que tiene 138 posiciones del Kama Sutra talladas en sus grandes pilares-falos.
Quizá al terminar el recorrido el visitante sienta su temperatura más alta de lo habitual. Por suerte, la playa está cerca y nada le impedirá darse un chapuzón.
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